Queremos comenzar con esta canción de la cigarra, interpretada por Javier Ávila Aguirre, Sj. La intención es clara; queremos plasmar lo que nos han dejado como herencia otros jesuitas; la capacidad de soñar y estar cantando en medio del conflicto, de la incertidumbre, del sufrimiento y del dolor. Con esta canción queremos dejar de manifiesto que la muerte no tiene la ultima palabra. Los mismos pobres nos han enseñado a cantar en medio de la desgracia. Para algunos ojos resulta sin mucho fruto el cantar con los pobres o con muy poca trascendencia, el simplemente hecho de cantar, pareciera que es una cuestión pasiva. (Para aquellos que todo lo ven con miras a la ganancia con facilidad y eficacia para más productividad). Queremos seguir cantando aunque piensen los demás que no sirve de nada para cambiar la realidad.
Nosotros
lo
vemos
como
una
oportunidad
de
comprometernos
desde
las
raíces,
desde
abajo
y
en
comunidad
cantando
se
construye
el
bien
más
universal.
En
medio
del
cansancio,
de
la
fatiga
por
el
trabajo
duro,
del
esfuerzo
por
ver
crecer
a
la
familia,
sabemos
que
el
canto
es
la
misma
esperanza
de
querer
y
anhelar
una
vida
mejor.
Es
fácil
ver
a
los
oprimidos
como
aquellos
que
requieren
salvación,
pero
que
difícil
es
darnos
cuenta
que
desde
la
vulnerabilidad
esta
actuando
la
salvación
y
la
liberación,
es
por
eso
que
cantamos,
por
que
vemos
que
Jesús
pobre
y
humilde,
sigue
cantando
y
caminando
con
nosotros.
Seguimos
cantado
precisamente
porque
nos
reconocemos
frágiles.
Así
queremos
entregarnos
y
así
queremos
compartir
la
vida.
Las
experiencias
de
hospitales
y
peregrinación,
-que
acabamos
de
tener
nosotros
los
novicios
en
estos
primeros
meses
del
año
presente-,
son
fundamentales
para
nuestra
formación
jesuítica.
La
experiencia
que
tuvo
Ignacio
en
La
Storta
“Allí,
puestos
con
el
hijo
de
Dios
cargando
con
la
cruz
y
llamado
a
servirle.”
Se
hizo
presente
en
el
día
a
día
en
la
dichas
experiencias.
Las
palpamos
cada
quien
en
forma
personalizada
y
las
acogemos
como
una
visión
más
lucida
para
confirmar
nuestro
llamado
e
incorporarnos
a
la
mínima
Compañía
de
Jesús.
El
objetivo
de
la
experiencia
de
peregrinación
es
cargar
juntos
la
cruz
del
obrero,
del
indígena
y
del
campesino.
Peregrinar
a
lado
de
ellos,
y
sentirnos
compañeros
del
camino.
Donde
se
comparte
lo
más
valioso
que
tenemos;
la
vida
misma.
En
medio
del
dolor
y
la
alegría,
compartida
en
gratuidad,
se
transforma
y
se
recrea
nuestro
horizonte.
Nos
restauran
y
nos
incorporan
al
trabajo
del
Reino
de
Dios.
La
experiencia
de
hospitales
nos
humaniza,
el
acompañar
en
medio
de
la
vulnerabilidad
y
tocar
el
dolor
de
los
demás,
nos
van
sanando
nuestras
heridas.
Tenemos
la
certeza
de
que
Dios
está
en
el
mundo
y
sigue
a
lado
de
los
crucificados
(Los
débiles,
excluidos,
pobres,
explotados,
desahuciados),
y
nos
invita
a
colaborar
con
lo
que
tengamos.
Por
eso
nuestra
voz
quiere
ser
un
canto
fuerte,
por
los
que
no
tienen
voz,
no
son
nuestras
canciones,
son
más
bien
las
canciones
del
pueblo
-oprimidos
por
el
poder-,
la
que
nos
hacen
sentir
la
resurrección.
El
Dios
de
la
historia
sigue
resucitando
a
los
crucificados,
por
más
que
traten
las
autoridades
de
ocultar
la
Cruz
del
pueblo,
la
canción
es
signo
vivo
de
la
paz
deseada
en
nuestro
país.
Y querer bajar a los crucificados de esas cuces.
Terminamos
con
unas
palabras
del
libro
a
menudo
he
pensado
en
otra
historia
de
Carlos
Rodríguez
S.j
“Estamos
golpeados
pero
no
vencidos;
bocobajeados
pero
no
derribados.
El
conflicto
no
ha
terminado,
sólo
se
reedita.
La
cruz
no
cesa,
la
resurrección
está
presente,
la
lucha
sigue”.
Y
la
cigarra
sigue
cantando.
Manuel
Silva.
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