Por
Elías Iván García Ríos nSJ
La
vida es mucho más frágil y misteriosa de lo que imaginaba. El 22 de
septiembre caminaba por el rancho, junto con Hugo (nSJ) y con Eliseo
(candidato), cuando nos comunicaron que doña María había muerto
hacía pocos instantes. La noticia me dejó helado porque una semana
antes habíamos pasado a visitarla y además platicamos con su nuera,
quien cuidaba de ella. Teníamos el plan de ir a visitarlas para
ayudar y acompañar, sin embargo, María se adelantó a nuestros
planes.
A
propósito de la promesa que hace Jesús en la tercera
Bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque serán
consolados” (Mateo x,x). Les comparto un poco de lo que supe acerca
de María. Ella tendría alrededor de 80 años, sabemos que le tocó
una vida muy difícil porque sola sacó adelante a sus hijos; puso
con mucho esfuerzo una tienda de abarrotes, ayudó a no pocas familia
y les regalaba dulces a los niños, también fue muy entregada a las
cosas de Dios. Parece que su enfermedad comenzó cuando hirieron a
uno de sus hijos, quien murió en sus brazos; otro de ellos también
falleció junto a ella, debido a una congestión alcohólica. A raíz
de éstas tragedias su enfermedad se complicó, perdió el
conocimiento y se tornó agresiva. María permaneció los últimos
años de su vida postrada en cama, cada vez más tullida del cuerpo,
pero su nuera, principalmente, y sus nietos, cuidaron de ella. Me
parece que, el día en que se fue a la casa del Padre, la luz de
María se encendió de manera permanente para quedarse al descubierto
y así iluminarnos a todos los que la conocimos.
Los
novicios anteriores la visitaron, pero a Hugo y a mí nos tocó
despedirla. Estoy seguro que después de tanto sufrimiento, el
consuelo total por fin la alcanzó. Seguramente las cortinas de la
parálisis y los dolores de sus llagas se desvanecieron, lo que
parecía marchito se transformó en la presencia del resucitado,
porque vivió su lucha como una ofrenda llena de amor, se entregó en
medio de la adversidad a sus hijos y ayudó a los que pudo.
Bienaventurada eres María porque el consuelo de Dios llegó a ti,
porque la soledad no será jamás tu compañera, porque todo lo que
sufriste en vida no fue en vano, sino que se torna en luz para
iluminar a tu familia y a todos los que queremos seguir a Cristo
profundamente.