viernes, 8 de noviembre de 2013

Y FUE CONSOLADA POR DIOS

Por Elías Iván García Ríos nSJ
La vida es mucho más frágil y misteriosa de lo que imaginaba. El 22 de septiembre caminaba por el rancho, junto con Hugo (nSJ) y con Eliseo (candidato), cuando nos comunicaron que doña María había muerto hacía pocos instantes. La noticia me dejó helado porque una semana antes habíamos pasado a visitarla y además platicamos con su nuera, quien cuidaba de ella. Teníamos el plan de ir a visitarlas para ayudar y acompañar, sin embargo, María se adelantó a nuestros planes.
A propósito de la promesa que hace Jesús en la tercera Bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mateo x,x). Les comparto un poco de lo que supe acerca de María. Ella tendría alrededor de 80 años, sabemos que le tocó una vida muy difícil porque sola sacó adelante a sus hijos; puso con mucho esfuerzo una tienda de abarrotes, ayudó a no pocas familia y les regalaba dulces a los niños, también fue muy entregada a las cosas de Dios. Parece que su enfermedad comenzó cuando hirieron a uno de sus hijos, quien murió en sus brazos; otro de ellos también falleció junto a ella, debido a una congestión alcohólica. A raíz de éstas tragedias su enfermedad se complicó, perdió el conocimiento y se tornó agresiva. María permaneció los últimos años de su vida postrada en cama, cada vez más tullida del cuerpo, pero su nuera, principalmente, y sus nietos, cuidaron de ella. Me parece que, el día en que se fue a la casa del Padre, la luz de María se encendió de manera permanente para quedarse al descubierto y así iluminarnos a todos los que la conocimos.

Los novicios anteriores la visitaron, pero a Hugo y a mí nos tocó despedirla. Estoy seguro que después de tanto sufrimiento, el consuelo total por fin la alcanzó. Seguramente las cortinas de la parálisis y los dolores de sus llagas se desvanecieron, lo que parecía marchito se transformó en la presencia del resucitado, porque vivió su lucha como una ofrenda llena de amor, se entregó en medio de la adversidad a sus hijos y ayudó a los que pudo. Bienaventurada eres María porque el consuelo de Dios llegó a ti, porque la soledad no será jamás tu compañera, porque todo lo que sufriste en vida no fue en vano, sino que se torna en luz para iluminar a tu familia y a todos los que queremos seguir a Cristo profundamente.  

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