Por Elías Iván
García Ríos nSJ.
Son
muchas las experiencias que van tocando el corazón del novicio que
discierne su vocación, el apostolado de fin de semana en los ranchos
es uno de los lugares privilegiados que tiene el noviciado par el
encuentro con Jesús, pobre y humilde, presente en la historia de las
personas. Es por eso que en esta ocasión les quiero compartir uno de
tantos acontecimientos que me ha dejado con la boca abierta, pero con
el corazón lleno de agradecimiento, todo inflamado en amor por el
Creador
y Señor de la vida,
como diría san Ignacio de Loyola.
Hace algunas semanas
me encontraba en la comunidad de Soyatlán de la Hacienda visitando a
las familias, como solemos hacer los novicios para tener contacto
cercano con ellas. Durante mi recorrido llegué a la casa de Don
Fidel Torres, hombre de edad avanzada, 96 años aproximadamente, que
vive en situación de soledad, en una casa muy pequeña de lámina
galvanizada. Me paré frente a su puerta y lancé un grito de saludo,
al poco rato me di cuenta que alguien andaba en la parte trasera, por
lo que busqué el mejor ángulo y entonces lo vi, ¡allí estaba!
sentado en cuclillas o 'amonado' como suelen decir en el rancho, con
un huango o casanga limpiando un terreno en una cuesta. En ese
instante me llegó una gran alegría que me lanzó a cruzar el
alambrado para ir a su encuentro, tan pronto como estuve frente a él
lo saludé con gran emoción por volverlo a ver, entablamos un
diálogo sobre la intensión de su trabajo y me puse a arrancar la
hierba espinosa que cubría el terreno.
Después
de un momento de charla noté que un vástago que se encontraba
cerca, estaba fracturado por el sobrepeso que le ocasionaba el racimo
de plátanos que tenía y le comenté a Don Fidel: ¡esos plátanos
ya casi están listos para cortarse! él me respondió que sí, pero
el sobrepeso de sus frutos era mucho por lo que algunos ya se estaban
cayendo y el que estaba caído era muy pesado para ponerle una tranca
que lo sostuviera. Le dije “haber que puedo hacer” y al poco rato
después de haber batallado con el vástago, regresé triunfante y
continué ayudándole en su trabajo, Don Fidel me dijo: “no hay
nada como ser joven”.
Mientras
continuó la plática me dijo que quería comprar un burrito para
poder transportarse a la comunidad cercana cuando tuviera alguna
necesidad, pero el que había visto era muy caro para él y no podía
comprarlo, costaba dos mil pesos. También me contó que quería
sembrar de nuevo frijol porque una vaca se comió el que tenía
dejándole solo unas matas. La conversación estaba concluyendo cundo
me pidió que le dijera a una persona de la otra comunidad, que
viniera por unos plátanos que estaban maduros, yo le dije: “en
cuanto se los va a vender”, él me respondió: “yo no los vendo,
yo se los regalo a mis amigos porque Dios me los ha dado primero”.
En ese momento callé, su pobreza generosa me dejó con el corazón
inflamado de amor, nos dimos la bendición y me despedí.
“...porque
de ellos es el Reino de los Cielos”. Don Fidel es el rostro
generoso de Dios que ha aprendido a confiar totalmente en su Señor,
es un hombre que, siendo pobre es rico y libre, puesto que vive en la
lógica del Reino. No cabe duda que “los últimos serán los
primeros” por eso la Divinidad se complace en su ofrenda. “Dios
es y basta”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario