Por Gerardo Bárcenas Romero nSJ.
Soy
Gerardo Bárcenas Romero, novicio de la Compañía de Jesús, después
del mes de EE, mi destino fue el Hospital Civil de la Ciudad de
Guadalajara. Debo decir que a mí nunca me gustaron los hospitales,
me deprimían y siempre hacia lo posible para evitarlos. Cuando me
enteré de mi nueva misión sabía que ahora debería encontrar a
Dios en todas las cosas y encontrarlo amando. Esta realidad donde lo
debería de encontrar me parecía difícil.
Mi
servicio principalmente fue en Oncología, me costó al principio
poder entrar a la dinámica porque no sabía qué decir o qué hacer,
pero me deje llevar así me acerque y las cosas empezaron a fluir. Me
fui encontrado con jóvenes tristes porque la promesa de una vida
futura se va estancado por el cáncer. Adultos preocupados por no
dejar a sus familiares, viejitos luchando por vivir al igual que
todos. Muchos de ellos son personas realmente pobres que no pueden
pagar las quimioterapias, sufren los estragos de un deficiente
sistema de salud tanto que se hacen invisibles para la lógica
opresora del mundo.
La muerte estuvo presente muchas veces era el pan de cada día, la
vida desde ahí se ve muy frágil, ahora estamos, mañana quién
sabe. Es nuestra condición de creatura; la pregunta era obvia ¿dónde
está Dios aquí? Conforme avance en la experiencia me di cuenta de
cómo Dios actúa de una forma especial en esta área, Lo hace
continuamente en la transfiguración, es decir, la vida se asume de
un modo distinto, se entiende que el cáncer no desaparecerá de la
noche a la mañana. Se aprende a vivir con él, como la
transfiguración de Jesús: cuando parecía que había fracasado, los
discípulos no entendían, la gente no respondía y parecía que el
Reino de Dios no llegaría; Jesús asume su humillación, su fracaso
y Dios lo transfigura, le marca el camino. Dios no es un privilegio
para no pasar por el dolor, sino es el llamado a entregar la propia
vida voluntariamente. Esta experiencia hace asumir a la cruz.
La cruz del cáncer exige cambios drásticos, ya no se puede hacer
las mismas cosas, incluso cosas sencillas como tomar el sol, lo
triste es cuando se experimenta que la vida empieza a apagarse. La
experiencia de Dios en las personas que viven con alguna enfermedad
crónica va formando la firmeza, de que estamos en manos de Dios y
que en mejores manos no podemos estar. Entonces la transfiguración
no es solo un acto maravilloso, sino es una señal en el camino, que
nos dice que el hombre está aquí para ser “feliz y pleno”
dejando atrás el fracaso, la muerte y la enfermedad. El ser feliz
cobra su significado más profundo: no solo es la emoción de
sentirse bien, sino el ser realmente bueno, es decir, estar bien con
Dios, con el mundo, con los otros y consigo mismo; el ser pleno es
experimentar el término de la vida asumiendo lo bueno y lo malo de
la vida.
Las personas en el área de oncología, pacientes y familiares, van
asumiendo poco a poco que somos creaturas, que somos temporales y por
lo tanto se asume la vida tal cual con sus goces y sufrimientos, con
la certeza de que Dios lucha de nuestro lado, no nos quitará el
dolor o el sufrimiento, pero si nos enseñará a vivir con nuestro
mal. La muerte, el dolor, el sufrimiento y la enfermedad no tienen la
última palabra, es Dios quien la tiene. “Vengan a mí que mi yugo
es llevadero y mi carga ligera”.
Dios también trasfiguró mi visión de un hospital, ya no solo veo
dolor y sufrimiento; también veo a un Dios que trabaja dando paz a
los corazones de sus hijos enfermos, no los abandona, esta siempre
con ellos, sufriendo a su lado y amándolos hasta el extremo.
Mostrándonos que solo se tiene una vida, si la guardamos se pierde
de todas maneras, es mejor darla, es lo que nos enseño Jesús, a
entregar la vida, siendo buenos y plenos.
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