lunes, 24 de junio de 2013

Cuando el Evangelio se Hace Vida



Por Francisco Rocha Camacho nSJ.
Desde muy pequeño he escuchado la frase “el Evangelio se hace vida” pero nunca le había encontrado significado. De niño creía que, si me portaba bien, Jesús se me iba aparecer, ya en la adolescencia comencé a cuestionarme todo lo relacionado a la fe y a base de razonamientos llegue a la conclusión de que el Evangelio era una historia ‘medio rara’ pero con un mensaje que nos invita a ser mejores personas.
Durante mi pasada experiencia de peregrinación estuve trabajando en un almacén de residuos peligrosos. Fue muy gratificante descubrir que la amistad y el cariño se dan en donde menos te lo imaginas. Ahí en medio de los residuos de las maquilas, mis compañeros de trabajo me regalaron su amistad.
Comencé la experiencia muy animado, pendiente de ver dónde y cómo trabaja Dios a diario, pero la rutina, además del cansancio; me hicieron caer en las dinámicas deshumanizantes, monótonas y anti-comunitarias de la sociedad actual. Recuerdo que los primeros días de trabajo lo que más me importaba era acercarme a mis compañeros conocerlos, compartir, en fin entablar una relación. Pero el ánimo duro poco, sin darme cuenta ya estaba inmerso en el egoísmo, buscando ser mejor para asegurar mi trabajo o incluso para subir de puesto. Esto me llevo a alejarme de los demás caer en envidias, enviciarme con la monotonía, incluso perder el sentido de la experiencia.
Fueron mis compañeros de trabajo los que me ayudaron a darme cuenta que, sin querer, me había convertido en un robot: frio, calculador, competitivo, buscando sólo mi beneficio, preocupado sólo por cumplir el trabajo. Con su amistad y cariño me convertí en persona de nuevo, me aceptaron tal cual soy a pesar de mi egoísmo y competencia del cual fueron víctimas.
Recuerdo a Rubén que preocupado por mi bienestar, me prestaba su equipo de seguridad y con mucha paciencia me explicaba cómo usarlo incluso me enseño a reconocer cuáles residuos eran peligrosos y cuáles no. ‘El Franky’, que me regalaba su mascarilla contra el polvo cuando me tocaba barrer (la empresa sólo nos daba una y él sabía que yo soy alérgico al polvo). Cómo olvidar ‘al Rafita’, el guardia de la entrada, sus frases de ánimo por la mañana o al salir del trabajo. Por supuesto no podía dejar de mencionar al ‘Malandro’, el buen Miguel, con él se dio una amistad muy padre a base de pura ‘carrilla’. Estoy seguro que quien nos veía en el trabajo pensaba: - Estos dos se caen gordos- pero en realidad así nos demostrábamos aprecio. Él, me enseño a manejar el montacargas, cuando me daba mis “clases”, recordaba a mi papá enseñándome a manejar ¡Me tenía mucha paciencia! como sólo un papá puede tener.
El Evangelio de Mateo nos dice: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mt 5; 13) y así lo experimenté porque ellos fueron los que dieron sabor a la experiencia, las horas extras se pasaron como agua, el trabajo se hizo ligero, compartimos, nos conocimos y reímos juntos. No cabe duda que la amistad es un regalo, ¡Nunca sabes en dónde se te va dar!
Los últimos días en Tijuana estuve recordando la experiencia vivida y que tocaba su fin, me vino a la mente el Evangelio de Marcos: “Les aseguro que todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la Buena Noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madre” (Mc10; 29-30). Así me cayó el veinte y caí en la cuenta que desde el inicio del proceso vocacional, hace 2 años y medio, he ido conociendo gente muy diversa pero muy valiosa, personas que me han abierto su casa, su vida, que han compartido su techo, su comida; pero sobre todo me han regalado su amistad. La búsqueda de la vocación me ha llevado a varios lugares, en todos el Padre me ha regalado hermanos y hermanas, padres y madres pero sobre todo amigos. No me cabe duda que el Evangelio se me ha hecho vida

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