San José María Rubio, fiesta 4 de Mayo
En el mes de mayo la Compañía de Jesús celebra a varios de sus santos. En esta ocasión quiero compartirles uno de ellos: José María Rubio, S.J. Un sacerdote que vivió en los inicios del siglo XX en la ciudad de Madrid donde ocurrían grandes movimientos y cambios. Un fiel pastor que supo poner todo cuanto era al servicio de la gente que le rodeaba, escuchó y dio respuestas a las necesidades que apremiaban en esa época. Con un carisma muy particular el P. Rubio sigue siendo de los preferidos en la feligresía de Madrid, tanto que el mismo Juan Pablo II en su Beatificación confirmó el título: “el apóstol de Madrid”.
En el mes de mayo la Compañía de Jesús celebra a varios de sus santos. En esta ocasión quiero compartirles uno de ellos: José María Rubio, S.J. Un sacerdote que vivió en los inicios del siglo XX en la ciudad de Madrid donde ocurrían grandes movimientos y cambios. Un fiel pastor que supo poner todo cuanto era al servicio de la gente que le rodeaba, escuchó y dio respuestas a las necesidades que apremiaban en esa época. Con un carisma muy particular el P. Rubio sigue siendo de los preferidos en la feligresía de Madrid, tanto que el mismo Juan Pablo II en su Beatificación confirmó el título: “el apóstol de Madrid”.
Lo más impactante de este santo es su sencillez. Hablar de lo que hizo no es fácil, ya decía el P. Kolvenbach en una homilía pronunciada Roma después de su beatificación: “¿cómo hablar sencillamente de las cosas sencillas, de los hombres sencillos, si no se es sencillo?” Coincido con el P. Kolvenbach, es realmente un reto el introducirse en las aventuras y experiencias del P. Rubio, más en estas sencillas líneas. Ojalá sirva como una invitación a conocer más de él o quizá también como una propuesta de seguimiento a la persona del Señor Jesús como él lo hizo.
José María nació en Dalías, al poniente de la Provincia de Almería en España, el 22 de julio de 1864. El mayor de trece hermanos, hijo de dos campesinos con una economía estable de aquel poblado español. José María siempre se caracterizó como un niño de muy buen humor, alegre, contento. A los once años en 1875, ingresó al Seminario de Almería por sugerencia de un tío canónigo. Continuó después su formación sacerdotal en Granada, ahí conoce al canónigo Don Joaquín Torres Asensio que le apadrina y protege hasta su muerte. Para 1886 se traslada a Madrid para concluir sus estudios teológicos y ordenarse sacerdote. Al llegar le recibe un hecho totalmente cruel: el asesinato del primer Obispo de Madrid por un cura. El 24 de septiembre de 1887 es ordenado Sacerdote y también coadjutor de la Parroquia de Chinchón ahí en Madrid.
El P. José María Rubio se enfrentó a una realidad dura al llegar a Madrid y ser ordenado. En medio de un momento de mucha tensión donde se vivía una crisis política intensa por la revolución que causaba la caída del trono de Isabel II, por el movimiento de “Revolución liberal”, donde no faltaban las manifestaciones, huelgas, atentados contra líderes políticos y por supuesto una desigualdad de clases sociales y crisis económica. Ante este contexto el nuevo vicario también se topó con el rechazo hacia la iglesia, la exigencia de la libertad de culto que hacían los revolucionarios iba directamente a atacar la imposición de la religión católica. Aquí comenzó su ministerio pastoral que más adelante, ya como jesuita, atraería a cientos de feligreses.
Pasó diecinueve años como sacerdote diocesano, su padrino el canónigo Torres tenía mucha confianza y apoyo en él. En este tiempo sirvió como párroco, profesor en el seminario de Madrid y capellán de unas religiosas. Durante este tiempo se ocupaba ya como un buen confesor, predicador, aunque sin muchas habilidades oratorias; sus biógrafos afirman que era un “jesuita de afición”. Su compromiso con los más pobres y marginados de la época lo llevó a meterse en los barrios más peligrosos de la ciudad para anunciar un mensaje de paz y esperanza.
Hacia 1906 a los cuarenta y dos años de edad, después de muerto su padrino el canónigo, entró a la Compañía. Recuerdan que expresaba: “Me parece que he vuelto a la niñez. Estoy contentísimo; esto es lo que yo venía a buscar”. Una nueva era comenzó en la vida de aquel sacerdote noble. Pedro Miguel Lamet (uno de sus biógrafos) lo describe así: “con una mirada penetrante, hundida bajo la ancha frente misteriosa , con la tímida sonrisa que se dibujaba, como pidiendo perdón, sobre una mandíbula demasiado atlética para su aire sencillo, un poco triste, de amistosa bondad”. Así era el Jesuita. Después de terminado su noviciado y la actualización de sus estudios, fue destinado a la Casa Profesa de Madrid donde pasaría sus últimos 23 años después del ingreso a la Compañía.
José María Rubio fue un jesuita sencillo, que con su sola presencia transmitía el cariño y amor de Dios. Él decía constantemente que deberíamos ser como “lámparas encendidas”, él así lo fue. La gente lo buscaba para la dirección espiritual y la confesión. Por las mañanas las puertas de la Iglesia estaban llenas de las filas que hacían para esperar hablar con el santo. Al momento de predicar no eran sus discursos lo más impactante, sino su forma de llegar al corazón de las personas. Poco a poco Madrid fue conociendo las palabras que brotaban del corazón de José María. Supo escuchar las necesidades, atender sus vacíos que provocaba el paso a la modernidad, en sus palabras y su compañía salía el corazón de un hombre con una honda experiencia de Dios con la certeza de ser hijo muy amado de Dios.
Un buscador incansable de la voluntad de Dios, su máxima: “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. En esa sencillez de vida sólo la voluntad de Dios lo conducía en su camino. Los tiempos le exigían esa sensibilidad tan particular. Como un profeta supo anunciar que los tiempos avanzan, las cosas cambian, pero Dios con su amor permanece. Así este hombre supo acompañar a su gente y la gente supo apoyarse de él para recordar que la paz, la igualdad, la solidaridad y el amor son fundamentales para todo ser humano. Hasta su muerte, José María Rubio fue como “un canal vacío por el que pasaba una energía liberadora”, tan sencillo pero profundo y misterioso era este hombre.
Fue canonizado por S.S. Juan Pablo II en Madrid el mismo día de su fiesta el 4 de mayo del 2003. Así la afirmación: “De Madrid al cielo” se vio confirmada y recibida con alegría en la ciudad española. Hoy en día siguen visitando sus restos y rezando para que interceda ante el Señor por las necesidades del pueblo, como lo hacía en vida.
Los invito a conocer más de la vida del P. Rubio, S.J. Es realmente apasionante, sencilla, llena de esperanza y fe. Para los tiempos que vivimos de guerras, consumismo, desigualdades, necesitamos recordar que hemos sido creados para “amar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor” (EE 23) siendo lo único que nos lleva a la felicidad, como lo vivió José María. Comparto con ustedes la página oficial: www.padrerubio.com. También pueden leer el libro: “Como lámpara encendida” de Pedro Miguel Lamet en que nos hemos basado para este artículo.
Juan Antonio Olvera, nsj
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