“No vayas a olvidar estos hechos que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón todos los días de tu vida”.
Hola, soy Jorge Enrique Alor Cruz, Novicio de Segundo Año. Quiero compartirles lo que viví durante dos meses y medio en mi experiencia de peregrino en el mundo campesino. Empiezo diciendo que es una tierra sagrada, en donde toda la persona se vuelca en cuerpo y alma, que es pesado y difícil, que la pobreza, el alimento, la familia, los hijos, hacen sacar de esta gente lo mejor de ellos mismos.
Lo primero en encontrarme fue a la gente que estaba trabajando en la limpia de la planta del chile (serrano y jalapeño), dándole duro para terminar la tarea, en donde el caporal Don Andrés (Tío Andrés) nos decía “si ustedes no terminan la tarea se les pagara de todos modos”, yo le dije “denos la tarea, haremos los diez surcos”, por dentro me decía “seremos buenos chambeadores”.
La primera semana vino el dolor físico. Eso no dolió tanto como ver que no podía hacer lo que las señoras hacían, su rapidez, su astucia; salía de mí el querer igualarme a ellas. Nos cambiaron de hacer la tarea a hacer sólo lo que en el día alcanzáramos, hasta medio día. Me descubría que había dinámicas en mí de querer demostrar que yo podía hacer más. Reconozco que soy bueno en el campo, pero esta realidad de trabajo me demostraba lo contrario, golpeando mi ego a más no poder. Un señor de nombre Ramiro me decía “en mi trabajo hasta las manos me sangran”.
Se sumó también que nos aislaran de los demás trabajadores, nos dejaban solos a que hiciéramos el trabajo tranquilamente, así fue el primer mes, poco a poco entendí que yo no llegaría a igualarlos, aunque pusiera todo mi esfuerzo. No llegaría a asemejarme a ellos en esas actividades. El caporal, la señoras, un tractorista “el roba pato”, nos animaban, eso era lo que sólo escuchaba de esas personas.
Aquí pude entender lo que esta gente me estaba queriendo decir, con su testimonio de trabajo y de entrega. Poco a poco fui descubriendo esta dinámica mía, viendo que estaba tocando mi bandera de codicia de aceptación, de reconocimiento.
Así fue como transcurrió todo el primer mes. Ya se escuchaba que empezaría el corte de chile. Yo deseaba entrar, “demostrar que puedo hacerlo”, quería evitar que dijeran “este no pudo”, pensaba “si los demás novicios que vinieron lo hicieron, porque yo no”. Esto se atizaba más con los comentarios de Don Andrés “los atrasarás”, “no vas a poder”.
Fue en este momento que el Señor Jesús se me presentó de una manera que no imaginé, al inicio del corte del chile. Yo estaba limpiando las plantas y quería estar caminando con los cortadores. Pasaron cerca de mí, me sonrieron, me saludaron y en eso que me quedo congelado ante las palabras de Don Andrés: “que Dios nos ayude”, “primero Dios todo saldrá bien”. En eso que continúo con la limpia y ya no pude seguir, me llego una impotencia de no poder aliviar ese sufrimiento que se les veía en el rostro, el miedo, la desconfianza de cómo les iría en el corte. Me suelto a llorar, eran unos deseos de querer caminar con ellos y ayudarlos.
A este punto de la experiencia me sentí golpeado por la realidad. Me dolió mucho cómo Jesús llegaba a encontrarme, me desarmó por completo, me sentí el más indigno de estar ahí. Estas personas no buscan que reconozcan su trabajo, que las admiren, sino sólo vivir, traer el pan de cada día, velar por sus hijos, y yo aquí queriendo demostrar otras cosas que para ellos es lo de menos.
Fue así que dije “hermánate desde lo que tú estás haciendo”, que el camino que esta gente me está enseñando es ir hacia abajo. En donde veo que me fueron evangelizando y salvando hasta lo profundo de mi corazón.
En signos concretos el pobre sabe dar y en abundancia, lo que nos compartían, las familia de Don Andrés, de Lupita, Alma, María, Trini y toda la vecindad, sus risas, sus alimentos, momentos que me hacían sentir de la familia. Fue algo sagrado que nos compartían. Ahí encontré ese sentido de ser pan, que se parte y se comparte con el corazón, en donde se deja ver la “Eucaristía del Pobre”.
Mi amor a Jesús pobre y humilde me hacia esta pregunta: ¿Quién es Jesús para mí? Un Jesús que esta encarnado en estas personas, trabajando día a día, que revela lo verdadero que hay en mí, que me acompaña, enseña, instruye y que se vale de esta gente para hacerlo.
La realidad campesina es un mundo que merece ser respetado, valorado, amado y sobretodo defendido. El trabajo de los campesinos no es bien pagado y lo saben, pero no pueden hacer nada. La situación del país los afecta demasiado, siendo ellos los que pagan el plato roto, como diría Don Andrés: “el pobre lucha por que es pobre”, “sólo vine porque lo necesito, soy pobre y tengo que buscar”.
Doy gracias a Dios por haberme puesto con su Hijo y demostrarme que detrás de esas miradas del campesino, hay esperanza, hay fe y que piden que estemos caminando con ellos, desde lo que somos, hermanos e hijos de un mismo Dios.
Jorge Enrique Alor Cruz, NSJ
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