lunes, 13 de mayo de 2013

Tejido en la fragilidad del Señor


Soy Elías Iván García Ríos, novicio de primer año. Hice EE.EE. (Ejercicios Espirituales) de mes del 6 de enero al 5 de febrero y después fui enviado junto con mis compañeros a realizar la experiencia de Hospitales de la cual les voy a compartir a grandes rasgos lo que viví. Josafat y yo fuimos enviados a un asilo de ancianos que está en la ciudad de Torreón, Coahuila. Llegamos el 9 de febrero por la mañana y regresamos al noviciado el 13 de marzo por la mañana.


El asilo en el que hicimos nuestra experiencia se llama Dr. Samuel Silva y es atendido por una congregación de religiosas llamadas “Hermanitas de los ancianitos desamparados”, fundadas en el año de 1873, ellas consagran su vida a ese servicio de frontera. El asilo atiende a una población arriba de 100 Abuelitos (como les llaman las religiosas) y está dividido en cuatro áreas, dos de hombres y dos de mujeres. Dos áreas son de enfermería una para mujeres y una para hombres. Los novicios dimos servicio en la enfermería de hombres, donde hay 19 Abuelitos y donde hicimos de todo, dando lo poco que teníamos y podíamos. Levantar, bañar, cambiar (ropa y pañales), vestir, tender camas, barrer, trapear, etc. fueron de las actividades que realizamos con el equipo de trabajo de la enfermaría (Sor Benita, Vero, Chuy, Jorge, Sergio y Doña Ely).




La casa, según mi percepción, pasa a ser la casa de los olvidados, de los que no encajan en el sistema porque ya no son activos económicamente, ya no consumen y ya no se pueden valer por sí mismos. El pecado hace ver a la vejez como la maldición de la sociedad, en un mundo donde todos queremos ser jóvenes y autosuficientes. La depresión, la enfermedad y el abandono son la fiera más mordaz para los abuelos. La soledad y el abandono me dolió en el alma al ver a Don Chuyito, Cecilio, Pablito, Sergio, Arturo, Juanito, Martín, Chema, José y a Pantaleón que esas realidades los acompañaban desde hace largos años.


Ante el sufrimiento, lo que puede hacer fue acompañar y servir a ese rostro de Jesús que descubrí postrado en cama por la enfermedad y los años, dar ánimo con tratos cariñosos y con palabras sinceras que salían de mi corazón limitado. Siendo pobre, despojado de pretensiones, Dios me llenó de riqueza a través de sonrisas, palabras, chistes, silencio y cariño que cada Abuelo me regaló. Poco a poco Dios me fue tomando en sus manos y experimenté que era Jesús mismo el que me miraba sin decir nada, el que me hablaba diciendo todo y el que me restauraba desde su fragilidad dependiente.


Desde ese asilo Dios me fue enseñando a ser novicio, a ser seguidor de Jesús allí donde no hay gloria personal, donde el barrer y trapear son la mayor Gloria de Dios, donde la vida finaliza, pero, donde los milagros se hacen visibles ante la mirada incrédula. Sara, una terapista, me dio la evidencia más clara al contarme como llegaban con ella Abuelitas y abuelitos tullidos y como, poco a poco, recobraban su movilidad. Muchas personas de diversas formas colaboran, directa o indirectamente, con los Abuelitos.


La muerte acecha la vida, pero mientras no llegue podemos colaborar con el resucitado en la construcción del Reino, amando y sirviendo, a aquellos a los que Cristo amó y sirvió. Al final, la felicidad y plenitud son el “efecto colateral” de la entrega de la vida limitada, pero apasionada por Jesús. Mi corazón se fue tejiendo entre cabellos plateados y sonrisas que manifiestan libertad.

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