Cuando voy a visitar a Celso siempre me llama a la atención sus peticiones. Ante la pregunta- oye Celso ¿qué le quieres pedir hoy a Dios? Me responde diciendo: “buena vida”. Esta respuesta me deja siempre pensando que es precisamente esa la petición de millones de hombres y mujeres en el mundo. Es la búsqueda de esa buena vida, de la vida querida, lo que los impulsa en el día a día. Quizá esto sea en resumidas cuentas lo que San Ignacio llama el principio y fundamento.
Hoy más que nunca la búsqueda que se hace egoísta e individualista nos lleva a conformarnos con los modelos de una “vida mejor”, vida que es impulsada por los medios de comunicación global. Esa que obliga a una mujer a prostituirse, al hombre a meterse en el mundo de las drogas y el narcotráfico y al niño a desear cosas que representen esa vida mejor.
Esa no es la vida que busca Celso ni la que Jesús tanto predicaba. Ellos hablan de una vida con dignidad, vida abundante, la de la paz completa, paz con justicia, donde la vaca pastará con el oso y sus crías se tumbarán juntas (Is 11,6). Donde el centro no es lo que poseemos sino el amor que nos permitimos recibir de Dios, que es compartido y que suena al conjunto de todos los bienes. Es la buena vida donde no hay llanto ni dolor y donde tienen cabida los sencillos, los de corazón noble, los pecadores, los que sufren y los pobres que trabajan por construir la paz. Es la buena vida que pide Celso, libre de dolencias por la edad, y por la fragilidad de la misma. Quizá donde se ve con más cercanía el rostro de Dios. Donde se vive agradecido con el que es todo en todos.
Pues ese mismo Dios al que pide Celso confiadamente, nos sigue llamando a trabajar por la vida que nos prometió el hijo. La vida verdadera. Pidamos confianza, como aquella que tiene los ancianos, en medio de la enfermedad o de las dolencias de la edad. Confiemos agradecidamente pues ello es señal de que pronto se realizara en nosotros la buena vida.
Hoy más que nunca la búsqueda que se hace egoísta e individualista nos lleva a conformarnos con los modelos de una “vida mejor”, vida que es impulsada por los medios de comunicación global. Esa que obliga a una mujer a prostituirse, al hombre a meterse en el mundo de las drogas y el narcotráfico y al niño a desear cosas que representen esa vida mejor.
Esa no es la vida que busca Celso ni la que Jesús tanto predicaba. Ellos hablan de una vida con dignidad, vida abundante, la de la paz completa, paz con justicia, donde la vaca pastará con el oso y sus crías se tumbarán juntas (Is 11,6). Donde el centro no es lo que poseemos sino el amor que nos permitimos recibir de Dios, que es compartido y que suena al conjunto de todos los bienes. Es la buena vida donde no hay llanto ni dolor y donde tienen cabida los sencillos, los de corazón noble, los pecadores, los que sufren y los pobres que trabajan por construir la paz. Es la buena vida que pide Celso, libre de dolencias por la edad, y por la fragilidad de la misma. Quizá donde se ve con más cercanía el rostro de Dios. Donde se vive agradecido con el que es todo en todos.
Pues ese mismo Dios al que pide Celso confiadamente, nos sigue llamando a trabajar por la vida que nos prometió el hijo. La vida verdadera. Pidamos confianza, como aquella que tiene los ancianos, en medio de la enfermedad o de las dolencias de la edad. Confiemos agradecidamente pues ello es señal de que pronto se realizara en nosotros la buena vida.
Hugo Marín Pérez, nsj
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